jueves, noviembre 01, 2012

Visitas que ya no inquietan

En ocasiones me averguenzo de que algunos temas recurrentemente ocupen mis pensamientos. Soy consciente de que es inutil, futil y contraproducente, pero en esos momentos estas ideas se instalan en mi cabeza y no solo empujan fuera de ella cualquier otro tipo de pensamiento sino también el deseo de que mi cabeza se dedique a otros menesteres.
 La ultima semana de octubre pude enorgullecerme de haberme librado de uno de estos pensamientos, o de haber conseguido iluminarlo con la perspectiva constructiva que nunca deberia apagarse y sacarlo de las brumas autocompasivas y del rencor que parecian apegadas a un recuerdo concreto.
Creo que fue lo mas positivo que me ha pasado en mucho tiempo, y por ello me alegra poder escribirlo con la certeza de que es verdad, sin que un nudo en el estómago senalice lo contrario.
 La manyana del viernes fue casera y activa, nunca pensé que pudiese pasar tan rapido el tiempo limpiando, ordenando y reforzando  finalmente el agarre de todos los posters y postales que colgaban de forma inestable en las paredes de mi habitación. No hubo tiempo para mis ocupaciones ingenieriles, o no quise que lo hubiese, pues entre tocar la bateria y ducharme  llego el momento de recibir a la visita de Holanda de un amigo que venia esta vez con su hermana a ensenyarle la ciudad que abandonó y a la que siempre regresa.
Tras presentarnos y cenar unos sandwich arabes y alabar de nuevo la relación calidad-precio nos juntamos con un par de amigos más en un bar no muy lejano, al que no iba desde mis tiempos de estudiante sin apenas conocidos en Berlin.
Ahora si con mis amigos en la ciudad e incluso uno que ya no está en ella pasamos un par de horas entre humo y sonidos. Luego mudamos la fiesta a otro barrio y terminamos tras decir la contrasenya adecuada en un extranyo bar oculto en un patio donde amigos de un amigo se drogaban, bailaban y celebraban la vida entre ritmos electrónicos y disfrazados de ángeles, otros seres, imaginarios o no o incluso elementos químicos. Con la luz de la manyana regresamos a casa y nos entregamos al suenyo.
Cuando desperté mi amigo y su hermana visitaban el centro de la ciudad y el museo que mas veces he visto en mi vida, y aproveché para felicitar a mi padre por mi cumplenanyos. Me sentí un poco avergonzado por mi inactividad y salí al reencuentro de mis visitantes en bici, y en los callejones ocultos mas famosos de la ciudad tomamos un café y mientras el frio finalmente llegaba a la ciudad y amenazaba con la escala negativa, regresábamos al barrio. Cenamos las mejores pizzas de la vecindad y mientras la visitaba recuperaba fuerzas en el calor de la habitación llegaba la noche y un viejo amigo del chileno. La elección de un bar cercano para tomar una cerveza cercenaba las opciones de salir a bailar y así se lo hacia saber a Pedro, que esperaba noticias nuestras al otro lado del rio, y salia a bailar a algún sotano. Nosotros regresamos a casa y tomamos la cama con mas placer que el nos hubiese proporcionado el mejor de los licores.
Al dia siguiente se cambió la hora, y el dia tenia una hora más. Mis amigos no lo sabian y salieron al mercadillo apresurados, y cuando telefoneé con ellos se soprendieron al darse cuenta de que aun quedaba una hora antes del Brunch con otros amigos. La decisión de regresar pronto a la cama el dia anterior se reveló acertada pues el domingo regaló  a mis amigos un dia modelo de otonyo fotogénico, con el sol descubriendo todas las tonalidades del amarillo que los arboles por estas latitudes pueden tener. Les alcancé paseando en el monumento soviético a sus tropas conquistadoras de Berlin, y caminamos envueltos de otonyo hasta el lugar donde nos esperaba el resto. Comimos hasta reventar en un  antiguo pabellón deportivo (curiosa ironia terminar acumulando calorias en un lugar cómo los que evito ir para deshacerme de ellas) y después se nos mostro que pese al cambio de horario los dias siguen menguando. Después recorrrimos aquel muro de infame recuerdo que se extiende junto al rio entre Ostkreuz y la calle Varsovia, y dejé un rato mas a la visita turisteando entre la multitud.
En casa tomamos algo de chocolate y nos reimos de una anécdota con un cajero automático. El dia terminaba y pedia una película, a Fabi le apetecia y volvimos a usar el proyector de Stefan sin estar el. La película esta vez era nueva para mi y mostraba como el amor sobrevive a la muerte. Al rencor, por suerte se le puede eliminar antes.