jueves, febrero 08, 2007

Amnesia, nueva esperanza (2 Parte de una semana inquieta)

El jueves era el dia que debería haberse comenzado a solucionar todo, o , al menos, eso pensaba yo. Dejado el par de días de margen para que me abandonasen los dolores, era el día en que tenía pensado ir al médico, que me quitase los puntos, y comentarle las molestias que estaba experimentando. Pensaba ir temprano, pero al final terminé despertando mas tarde de lo planeado, y a dudar a la hora del médico al que ir. Después de muchas consultas y vueltas, producto evidente de los nervios, decidí no ir a la consulta de la clínica más cercana, sino buscar simplemente a un médico generalista no muy alejado.
Una vez seleccionado la dirección me encamino hacia allí. El día no es demasiado frío, pero si ventoso y humedo, de lluvia molesta. Así que me mojo en la puerta del numero 49a, porque busco y rebusco la placa del doctor, pero no la encuentro. Así que pienso que la tendra arriba. Recorro todos los pisos de ese número, y vuelvo a mirar las placas de los adyacentes, pero nada.
Recuerdo entonces que hay otro también en mi calle: sin embargo tiene el titulo de la DDR, una placa muy antigua, y un anciano entra delante mia. Me imagino a un medico estudiante de la Alemania socialista, viejo, canoso, con acento extranyo y rigido y mirando mi seguro con perplejidad, y decido volver a casa y buscar otra dirección. En casa, entretanto pierdo un rato el tiempo con internet, y vuelvo a ver el listado de médicos generalistas que aparece en la guía de mi barrio. Me doy cuenta de que a 3 minutos de mi casa se agrupan dos médicos, uno de los cuales sirve a mis propósitos. Así que llamo y concerto una cita, pero para dentro de un par de horas. Así que entre tanto, y hastiado de tanto tiempo improductivo en casa, trato de continuar con la redacción del informe de prácticas en empresa (si, el mismo que deberia haber comenzado el verano pasado).
Voy a la consulta del medico, que aparte de estar al lado de mi casa da una impresión bastante buena. Así que me tranquilizo. Luego me atiende un tipo enjuto, delgado, en sus 40, que me realiza un cuestionario rutinario y me mira la herida. Le comento lo de mis molestias, pero no me da ninguna respuesta, asumiéndolo cómo normal, indicándome tan solo que vuelva a visitarle en caso de no desaparecer. Me voy bastante tranquilizado y con una revista que sustraigo inconscientemente de la sala de espera. En casa me ducho (me dice que ya puedo hacerlo) y aprovechando mis impulsos higiénicos también me afeito. Continuo con lo de las practicas, pero en seguida se hace la hora de ir a clases de bateria.
Son demasiado caras como para prescinidir de una. En mi estado enrarecido me cuesta entrar en ritmo y seguirlo, pero aprendo un par de cosas nuevas, alguna forma nueva de hacer ritmos y al final acaba la cosa bastante bien. Salgo muy contento, pillo hora para el sábado después de comer y vuelvo a casa maravillado otra vez de vivir en Berlín. De pronto y sin venir a cuento, me doy cuenta de lo que me gusta pasar mis dias por aqui. Y en los 50 metros que separan las salas de ensayo de mi casa, de la cantidad de chicas bonitas que te puedes encontrar. De las cosas que me quedan por hacer aún con ellas y con las otras caras de la urbe.
Vuelvo y motivado, ordeno la habitación, ceno mientras leo algo y finalmente trato de comenzar a escribir las lineas de esta semana de impactos y saltos a otra dimensión.
Al final me acuesto lleno de determinación y liberado de muchos temores, que son los que nos oprimen al fin y al cabo. Antes de meterme en el sobre echo una mirada sobre el paseo frente a mi casa, convertido en un precioso trozo de calle de postal cubierto de nieve, que refleja la luz de las farolas. Cierro la cortina y ya no queda mas luz.
El viernes por fin voy a la universidad, para tratar de continuar haciendo mi vida habitual. Mi cuerpo, en especial mi cabeza, no se encuentran aún como en la mayoría de las ocasiones, pero aún así y todo me siento frente al ordenador y paso los ratos de antes y después de comer entre mis companyeros habituales. A ellos se ha anyadido ahora Kevin, un chico canadiense pero de origen iraní y que se une también a nuestro grupo de comensales junto con Ali, una chica inglesa de Erasmus por aqui (y es raro encontrar gente de las islas en la TU). Consigo concluir la jornada laboral sin volver a caer o golpearme, pero al regresar a Friedrichshain, noto como me canso mucho más de lo que en mi es habitual. Así que al llegar a casa, enciendo el televisor y me tumbo en la cama mirándolo. Al rato estoy dormido, no se por cuanto tiempo, porque oigo voces de vez en cuando por el resto de la casa. Al final alguien llama a la puerta insistentemente: Es Stephan, el que fuera novio de Dianne y amigo de la casa, y que no habia vuelto por aquí hacia meses.

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